sábado, 9 de febrero de 2013

A solas y en paz

Querida Helena,

Hoy hace dos años que viniste al mundo, y algo más de año y medio que lo dejaste atrás. Hoy hace también mucho tiempo desde la última vez que te escribí una carta. Pero al contrario de lo que pueda parecer, pensar en que rompí mi promesa no me hace tanto daño como cabría suponer. ¿Quiere eso decir que mi periodo de duelo ha llegado a su fin?

No hace mucho leí en Facebook, una de esas ñoñas imágenes, con mensajes profundos, que tanto le gusta a la gente compartir, que por una vez me llegó al corazón:

La perdida de alguien querido nunca se supera, uno aprende a vivir con ello.

Podría estar de acuerdo con esa frase, que no lo estoy, pero algo de verdad sí que hay en esas palabras. Todos tenemos que aprender a vivir sin aquellos a los que queremos, y es en ese preciso momento, cuando realmente lo hemos aprendido, cuando nos damos cuenta, de que por fin hemos superado esa pérdida.

No quisiera que te llevaras una falsa impresión. Sé que por fin he superado el trauma de verte partir, de sentir por primera vez en mi vida el corazón roto, de verter lágrimas sin fin, de darte el último adiós. Lo sé, pero eso no significa que te haya olvidado, o que algún día te vaya a olvidar.

Así que no sufras, tu padre siempre estará ahí, a tu lado, tomándote la mano entre las suyas, como en aquellas últimas noches, en las que tú dormías y yo te velaba, temiendo que te fueras sin yo saberlo.

Antes te decía que sé que al fin he superado que te fueras, y seguro que te preguntarás qué me ha hecho darme cuenta. Han sido dos pequeñas situaciones, sin conexión aparente, pero tan llenas de significado para mí, que han sido, y serán claves en mi vida.

La primera fue encontrarme solo, al pie del Teide, de noche, bajo un manto de estrellas y una luna casi llena. Nunca en mi vida me había sentido tan insignificante. El Universo, tan inconmensurable, se abría ante mí, y no tenía a nadie con quien compartirlo. Me sentía pequeño y desvalido. ¿Qué eran mis problemas y mi pena? Una mota de polvo en un desierto vacío. Y de pronto, lo vi claro. Sí que había alguien a mi lado con quien compartir esa maravilla. Te tenía a ti, que siempre estarás en mi corazón. Tenía a tu madre y a tu hermano, dormidos en su habitación del hotel, tenía a tus abuela tan lejos, pero siempre en mis pensamientos, tenía a una familia inmensa que me quiere, y tenía a tantos amigos que siempre han estado ahí. Les tenía a todos, dándome todo su cariño y su fuerza cuando más lo he necesitado. Creo que nunca me sentí tan acompañado, como aquella fría noche de Septiembre, en la que estaba tan solo.

La segunda se dio apenas hace una semana. +Jaume y +Anna han sido padres de una criatura preciosa. Tan pequeña y tan llena de vida, tan frágil y tan resuelta a vivir. Desde que te fuiste, ha sido una agonía ver bebés. Un doloroso recuerdo de lo que tuve y perdí, que evitaba siempre que podía. ¿Pero como fallar Anna y a Jaume, que es para mí el hermano pequeño que nunca tuve y no conocer a su recién nacido? Así que me llené de valor y fui a conocer a su  retoño, y fue en aquella pequeña habitación de Hospital, abarrotada de familia y amigos y rebosante de alegría, que dejé de sentir la rabia ciega, el dolor sordo de haber perdido lo que los demás tenían. Así que me tragué mis miedos y tomé al pequeño en mis brazos, y él me dio al fin la paz.

Se hace tarde, cariño mío. 

Sé feliz, allá dónde estés, que yo a mi vez, también lo seré.

Tu padre que te quiere.

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