domingo, 9 de septiembre de 2012

Tres cosas, tres

Querida Helena,

Tras mi autoinflingida flagelación de ayer, hoy quiero hablar de algo más dulce y lleno de alegría, quiero hablar del sol del verano, del rumor de las olas del mar, de la frescura de las cuevas y del estruendo de la tramuntana. De todas esas cosas que te acompañan en tus días y en tus noches, desde que tus cenizas dejamos escapar. 
Son tres los lugares que te albergan, y en los tres nos hemos encontrado este verano. Del primero me quedo la luz del atardecer. No hay palabras que puedan describir el color del que se tiñen las arenas en la boca del Guadina, cuando el sol se pone a lo lejos, perdiendose en Portugal. Ni como la luz se refleja, juguetona, entre las olas, perseguida por los peces que se escabullen entre los pies de los bañistas.

Del segundo me quedo la suave caricia del aire freco de las cuevas. Ese beso que te alivia tras el yugo abrasador de un sol que no tiene piedad. Fuego ardiendo que cae y te aplasta contra una tierra seca y necesitada de agua, que esconde en lo más profundo de su ser pequeñas bolsas de frescor y vida.

Y del tercer sitio me quedo el rugido del viento, el incansable golpear de la tramuntana, esa interminable banda sonora de las noches del Empurdà. Es imposible sentirse solo, cuando siempre hay alguien a tu lado, cantando, a voz en grito, los secretos de un mar de pinos que se agarran con raices de hierro a las escarpadas laderas de una costa famosa por su bravura.

Hoy empiezo de nuevo la espera, empiezo a cultivar la paciencia y a contar los días para poder volver a compartir contigo la luz de Ayamonte, el frescor de Guadix y el rumor de Calella de Palafrugel

Tu padre que te quiere.

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