lunes, 9 de abril de 2012

Recuerdos de infancia

Querida Helena,

Hoy te escribo desde la carretera, volviendo a casa desde Ayamonte, adonde he ido para cumplir una promesa, que tras tu partida parece nimia e intrascendente. Pero una promesa, por ingenua que sea, siempre debe ser cumplida. Y es que ya lo decía tu abuelo Leo, el que paga descansa y el que cobra más.


Estar en Ayamonte siempre me llena de paz y sosiego. No sé si será la luz o ese cielo tan azul oscuro, o el jardín plagado de flores de tu abuela María, el estar allí me hace rejuvenecer y siento como los problemas se hacen menos, como esos castillos de arena que desaparecen poco a poco, barridos por el inexorable avance de la marea.


Quizás sean las pequeñas cosas las que más me ayuden a alejar los problemas, a sentirme de nuevo un niño pequeño e inocente. Salir de noche a la puerta de casa y mirar al cielo, tan plagado de estrellas, sentir el olor dulzón del azahar y la dama de noche y escuchar el infatigable cantar de los grillos. Cerrando los ojos me siento transportado por esos recuerdos de infancia que se me vuelven a presentar a través de la vista, el olfato y el oído.

Y es que mi infancia en Ayamonte, significó para mí la libertad. Salir sólo a la calle, jugar sin miedo a los coches, trasnochar sentado en el portal, escuchando a los mayores hablar de cosas que no entendía. Enfrentarme a la terribles olas y construir con mis manos enormes castillos y profundos pozos en la arena, mirar atónito retirarse el océano en la bajamar y a los turistas correr al ser pillados por la pleamar.

Hija, son tantos los recuerdos que guardo, que no acabaría nunca si tuviese que enumerarlos todos, así que confía en mí si te digo que, poder recordarlos es la mejor terapia. Y es por eso que guardo tantos recuerdos del poco tiempo que te tuve junto a mí.

Tu padre que te quiere.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, háblale a Helena...