sábado, 8 de septiembre de 2012

Promesas rotas

Querida Helena,

Dicen que no hay nada peor que faltar a la palabra dada, dejar sin hacer aquello que se ha jurado hacer. ¿La razón? No lo sé, quizás sea por que con tu desidia, otros sufren las consecuencias del honor maltrecho. Tu abuelo siempre decía: La palabra es deuda. Y así siempre he intentado vivir, si prometes algo, cúmplelo.

Para mí es muy dificil mirar a los ojos a una persona y ver en ellos la sombra de la decepción que produce en ellos tu falta de compromiso. Es horrible verte reflejado y darte cuenta que la imagen tan excelsa que uno tiene de si mismo, no es ni de lejos, la que los demás tienen de ti.

Conozco gente que evita ver ese reflejo de muchas maneras. Algunos nunca miran a los ojos, no permiten la cercanía que necesita la confianza y la amistad, así nunca defraudarán a nadie. Otros viven con una venda en los ojos, una venda hecha de falsas verdades, exagerados elogios de si mismos o ínfimas verdades. Son palabras gritadas a los cuatro vientos y que producen extraños espejismos en los ojos de los que te miran.

Pero hay otros, los menos, que no soportan ver ese reflejo y huyen de él y de aquellos que pueden mostrárselos. Si defraudan a alguien, basta con evitarlos, con no afrontar la deuda, con olvidar la afrenta cometida y seguir viviendo como si tal cosa. Pero ¿qué sucede cuando es a ti mismo al que le has hecho la promesa? ¿Qué sucede cuando, cada mañana al despertar y mirarte en el espejo, ves ante ti la decepción de un juramento roto, de un sueño quebrantado?

De uno mismo no se puede huir hija mía, uno sólo puede rezar por el propio perdón y por no volver a defraudarse en el futuro.  Y es que cuando te fuiste, me juré a mí mismo que te escribiría todos los meses en dos ocasiones, una coincidiendo con el día de tu llegada y otra con el de tu partida. Y por primera y, espero que, última vez en la vida no ha sido así.

Podría dar mil y una excusas, al fin y al cabo, me las he ido dando a mí mismo, para, poco a poco, ir retrasando el día en el que escribirte, pero las excusas sólo le sirven a los demás. No hay excusa que alguien pueda dar y, a la vez, le pueda engañar.

Tu padre que te quiere.

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