miércoles, 9 de febrero de 2022

Cum pedibus tuis in terra

Querida Helena,

Decir que no sé en qué día vivo sería hacerle un flaco favor a la realidad. El COVID, entre otras muchas cosas, nos ha traído la muerte de los sentidos. Todos los días son iguales y la alegría de vivir se ha difuminado entre tanta rutina, entre tanto déjà vu.

Como todos los años, ayer fue un día de risas, de alegría y saltarnos la rutina, tu madre ha cumplido un año más, pero siendo sincero, casi me pilló por sorpresa. Mi cerebro aún piensa que acabamos de terminar las vacaciones de Navidad, y en realidad nos separá un mes de tan entrañables calendas.

Pero siendo todos los días iguales es difícil mantener los pies en el suelo y estar atento a la vida que se nos escapa entre los dedos. Su devenir inexorable se ha vuelto predecible, cada día una fotocopia del anterior y una promesa de lo que será el siguiente, una monótona sucesión de días y noches marcadas, cual metrónomo, por el incómodo trinar del despertador en el silencio de la mañana.

A tal extremo llega la modorra de mi sentido temporal, que esta mañana he visto con horror que era 9 de Febrero y en mi cabeza nadie había teido a bien avisarme de tu cumpleaños. ¿Tan mayor me estoy volviendo?

No tengo perdón de Dios, y más si uno piensa que hoy haría 11 años que nacistes, 10 largos años en los que la vida nos ha enseñado a tu madre y a mí, que hay que vivir como si no hubiera mañana, que cada día puede ser el último que te toca vivir, que aquello que más quieres puede desvanecerse en un instante como el rocío bajo el sol del verano.

Así que te prometo, que a partir de hoy volveré a vivir con los pies en la tierra y los ojos atentos a todo lo que me rodea, que me sacudiré esta modorra que me embota los sentidos y volveré a disfrutar de la vida día a día.

Tu padre que te quiere.

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